Sunday, June 28, 2015

El síndrome del quemazón

El miércoles, 1 de julio, desde las 6:30 p.m. se llevará a cabo la conferencia mensual de la Asociación de Alzheimer de Puerto Rico. La Dra. Raquel Rodríguez, del Departamento de la Familia de Puerto Rico, hablará sobre el tema de "Cuidadores y/o familiares: ¿cómo evitar el síndrome del quemazón; cuándo y cómo delegar asertivamente esta responsabilidad en otros?" Como de costumbre, la conferencia se celebrará en el Salón Multiusos de la Cooperativa de Seguros Múltiples en Villa Nevárez.

Las charlas tienen un costo-donativo de $5.00.

Thursday, June 18, 2015

El estres en la vida del cuidador (revisado)


 
Compartimos aquí una versión revisada de la presentación que realizara la Dra. Clara Castro en la reunión mensual de mayo 2015 con el Grupo de Apoyo de Fajardo.

Sunday, June 14, 2015

Ayuda en línea

 
Invitamos a nuestros amigos y amigas a visitar la página cibernética del grupo Cuídate Cuidador. En ella encontrarán, en inglés y en español, consejos para cuidadores, información sobre condiciones de demencia, y un enlace donde puede enviar sus preguntas sobre el Alzheimer y las tareas del cuidador. Para encontrar la página oprima aquí.

Sunday, June 7, 2015

El estres en la vida de la cuidadora



Compartimos la presentación que la doctora Clara Castro hiciera en la reunión mensual del Grupo de Apoyo el pasado mes de mayo. Tiene mucha información valiosa sobre el estres en la vida de los cuidadores y cómo manejarlo.

Saturday, June 6, 2015

Cambio de fecha: reunión mensual de junio

 
Informamos a todos los participantes del Grupo de Apoyo de Fajardo que nuestra reunión mensual de junio se celebrará el sábado, 13 de junio, en lugar del tercer sábado del mes, ya que el 20 es víspera del Día de los Padres.

Como de costumbre, nos reuniremos desde las 10:00 a.m. en la Iglesia Evangélica Unida del Barrio Florencio.
 
Nos veremos el próximo sábado, 13 de junio.

Desaprender: una reflexión

Una vez más, el amigo Angel L. Mercado comparte una reflexión con el grupo.

Desaprender no es un simple borrado en nuestra cabeza. Es dejar atrás una manera de comportarnos que nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra vida. Nos cuesta mucho aprender cosas nuevas porque primero tenemos que desaprender lo que hace tiempo nos dijeron que era la única manera de hacer bien algo.

Cuando somos pequeños somos esponjas dispuestas a absorber toda la información que nos rodea. Sin querer, adquirimos más y más conocimientos. Queremos saberlo todo de todas las cosas, por qué ocurren todos esos procesos que a nuestros ojos infantiles resultan tan espectaculares.

Llegamos al colegio y esa curiosidad en muchos casos desaparece bien porque nos sentimos obligados a aprender conceptos que no entendemos, bien porque no nos resulta tan interesante aquello que antes nos fascinaba o bien porque no nos saben transmitir esos conocimientos con la misma ilusión que nosotros le concedíamos.

Además, nos fuimos acostumbrando a que siempre nos dijeran cómo se hacía exactamente cada operación, cada procedimiento, cada ejercicio y sólo había una manera de hacerlo permitiendo, en contadas ocasiones, la alternativa creativa que no se ajustaba a lo establecido.


Es necesario desaprender para aprender nuevas maneras de actuar en nuestra vida.

Así que nos habituamos a un modelo rígido y estanco de aprender los nuevos conocimientos. Automatizamos esta manera de actuar porque no había otras opciones y, con eso, olvidamos que puede haber espacio para el cambio.

Incluso, nos molesta que aparezca un nuevo estudio o un descubrimiento científico que contradiga lo que ya sabíamos. Solemos decir eso de que “siempre están cambiando de opinión”, que “no se aclaran ni ellos mismos” y que “no hay quien se fíe de los que saben porque lo que hoy está bien mañana está mal”.

Por eso, cuando algo en nuestra vida no es como deseamos y es necesario cambiar nos cuesta mucho tomar la decisión y, mucho más, ponernos en marcha. La costumbre nos da seguridad porque todo sale como esperábamos. Pero cuando eso empieza a fallar es cuando nos sentimos perdidos porque no encontramos una alternativa viable y que nos garantice seguir acertando. Al sentirnos inseguros vamos más lentos y sentimos que no lo hacemos bien, por eso, en bastantes ocasiones desistimos.

Lo que nos suele ocurrir es que partimos de la misma base que teníamos anteriormente. Esa base es rígida y no permite cambios con lo que introducir una modificación sobre algo poco flexible hace que la dificultad sea mayor. Antes o después nos daremos cuenta de que cuando necesitamos hacer cambios en nuestra vida es mejor desaprender; empezar de cero y tomar un rumbo completamente distinto para conseguir una nueva perspectiva que nos deje ver los fallos que tenía nuestra antigua visión.

Desaprender nos da miedo y nos resulta difícil porque implica dejar de lado la visión que hemos mantenido a lo largo de toda nuestra vida. Nos puede dar la sensación de que significa renunciar a esos años de esfuerzo continuo. Sin embargo, se trata de hacer una selección de lo que vale y lo que no. Es como repasar una operación de matemáticas que no nos ha salido bien; si la borramos y la hacemos de nuevo será más fácil obtener el resultado correcto que si lo intentamos corregir sobre los datos ya escritos y erróneos.

Para conseguir desaprender y lograr un verdadero cambio, es mejor abrir nuestra mente y estar atentos y receptivos a cualquier nueva idea por extraña y/o imposible que nos pueda parecer. Si mantenemos los brazos abiertos a las nuevas experiencias, a los nuevos puntos de vista y a los nuevos conocimientos volveremos a ser las esponjas curiosas y ávidas de conocimientos que éramos de niños y dejaremos de lado los prejuicios y la rigidez de tener un único punto de vista y una manera estricta de dirigir nuestra vida. Y esto nos ayudará a ser un poco más felices.
 
Desaprender no es un simple borrado en nuestra cabeza. Es dejar atrás una manera de comportarnos que nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra vida. Nos cuesta mucho aprender cosas nuevas porque primero tenemos que desaprender lo que hace tiempo nos dijeron que era la única manera de hacer bien algo.

Cuando somos pequeños somos esponjas dispuestas a absorber toda la información que nos rodea. Sin querer, adquirimos más y más conocimientos. Queremos saberlo todo de todas las cosas, por qué ocurren todos esos procesos que a nuestros ojos infantiles resultan tan espectaculares.

Desaprender nos da miedo y nos resulta difícil porque implica dejar de lado la visión que hemos mantenido a lo largo de toda nuestra vida. Nos puede dar la sensación de que significa renunciar a esos años de esfuerzo continuo. Sin embargo, se trata de hacer una selección de lo que vale y lo que no. Es como repasar una operación de matemáticas que no nos ha salido bien; si la borramos y la hacemos de nuevo será más fácil obtener el resultado correcto que si lo intentamos corregir sobre los datos ya escritos y erróneos.

Para conseguir desaprender y lograr un verdadero cambio, es mejor abrir nuestra mente y estar atentos y receptivos a cualquier nueva idea por extraña y/o imposible que nos pueda parecer. Si mantenemos los brazos abiertos a las nuevas experiencias, a los nuevos puntos de vista y a los nuevos conocimientos volveremos a ser las esponjas curiosas y ávidas de conocimientos que éramos de niños y dejaremos de lado los prejuicios y la rigidez de tener un único punto de vista y una manera estricta de dirigir nuestra vida. Y esto nos ayudará a ser un poco más felices.

 

Personas víricas que consumen energía


El amigo del Grupo de Apoyo, Angel Mercado, nos ha facilitado la siguiente reflexión:
Personas víricas que consumen energía

Fuente: Diario El País

Seguro que usted se ha visto alguna vez en esa situación en la que después de mantener una conversación con un amigo se ha sentido desolado, ha contemplado el mundo con más tristeza y menos entusiasmo que antes de empezar la conversación, o ha pensado: “Madre mía, a este amigo no le pasa nada bueno, siempre tiene una queja”. Y en situaciones extremas, ha escuchado el teléfono, ha visto el nombre de la llamada entrante y ha dejado de atenderlo porque sabe que esa persona, de alguna manera, le va a complicar la vida: le va a contar un nuevo problema o seguirá hablando de su monotema, por lo general con temática “desgracia”. La pregunta que uno se plantea siempre después de pasar un rato con las personas víricas es: “¿Y yo qué necesidad tengo de estar oyendo esto?”.

¿Quiénes son las personas víricas? Aquellas que llegan y le contagian de mal humor, de tristeza, de miedo, de envidia o cualquier otro tipo de emoción negativa que hasta ese momento no se había manifestado en su cuerpo. Es igual que un virus: llega, se expande, le hace sentir mal y cuando se aleja, poco a poco, usted recobra su estado natural y, con suerte, lo olvida.

El origen de la persona vírica puede ser variado: el mal genio, la envidia, la falta de consideración, el egoísmo, la estupidez o la falta de tacto. Lo importante es verse con recursos suficientes para protegerse del contagio. El mundo está lleno de personas víricas de diferentes tipologías, unas menos dañinas y otras malévolas que dejan memoria y cicatriz.

Víricos pasivos. En esta categoría incluyo a los victimistas, los que echan la culpa de todo su mal a los que tienen alrededor, nunca son responsables de lo malo que les ocurre porque son los demás o las circunstancias los que provocan su malestar. Si les escucha y a usted le va bien, llegará a sentirse mala persona por disfrutar de lo que los victimistas no tienen. Y no porque no tengan posibilidad de hacerlo, sino porque han aprendido a obtener la atención a través de la queja y eso es cómodo. Se sienten maltratados por la vida y abandonados de la suerte. Por supuesto, le hacen sentir mal a quien no les presta la atención de la que se creen merecedores. Con estas personas sufrirá el contagio del virus tristeza, frustración y apatía.

“Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien” (Víctor Hugo)

Víricos caraduras. Son los que siempre le pedirán favores, pero a la vez no son capaces de estar atentos a sus necesidades. No mantienen relaciones bidireccionales en las que entreguen tanto como reciben. Tiran de otros sin preguntarles si están bien, si necesitan ayuda, si les viene bien prestársela en ese momento. Son egoístas y egocéntricos, y en el momento en el que se deja de satisfacer sus necesidades comienza la crítica y el chantaje emocional. Con estas personas sufrirá el contagio del virus “siento que abusan de mí”, aprovechamiento y resignación.

Víricos criticones. Viven de vivir la vida de otros porque no les vale con la suya. Su vida es demasiado gris, aburrida o frustrante como para hablar de ella, así que destrozan todo lo que les rodea. No espere palabras de reconocimiento hacia los demás ni que hablen de forma positiva de nadie, porque el que a los demás les vaya bien, les potencia su frustración como personas. No saben competir si no es destruyendo al otro. Arrasan como Atila. Con estas personas sufrirá el contagio del virus desesperanza, vergüenza, incluso culpa si participa en la crítica. Y la culpa luego arrastra al virus del remordimiento.

Compañías peligrosas


 

Víricos con mala idea. Manténgalos bien lejos. Están resentidos con la vida, ya sea porque no han sido capaces de gestionar la suya o porque la suerte no les ha acompañado. Anticipan que las personas son interesadas y no esperan nada bueno de ellas. Todo lo interpretan de forma negativa, a todo el mundo le ven una mala intención. Viven en un constante ataque de ira, como si el mundo les debiera algo. No soportan que otros tengan éxito, esfuerzo y fuerza de voluntad, porque estas actitudes de superación les ningunean todavía más. Con estas personas sufrirá el contagio del virus indefensión, inseguridad, impotencia y ansiedad.

Víricos psicópatas. Para los que no lo sepan, no hace falta ser asesino en serie para ser un psicópata. El psicópata es aquel que inflige dolor a los demás sin sentir la menor culpabilidad, remordimiento y sin pasarlo mal. De estos hay muchos de guante blanco. Son los que humillan, faltan al respeto a propósito, pegan, amenazan y provocan que se sienta ridículo, menospreciado, y se cargan la autoestima. Ante ellos, salga corriendo, porque el que lo hace una vez, repite. Si le permite que le maltrate, usted terminará pensando que ese es el trato que merece. Con estas personas sufrirá el contagio del virus miedo y odio. Muy difícil de erradicar, perdura durante mucho tiempo en su memoria.

Mecanismos de defensa. Para evitar el contagio de los víricos victimistas, lo primero que hay que hacer es pararles. Decirles que estará para ayudarles a tomar decisiones y solucionar problemas, pero no para ser el pañuelo en el que ahogan sus penas sin implicarse. Estas personas se acostumbran a llamar la atención con sus desgracias, pero son incapaces de responsabilizarse y actuar porque optan por el camino fácil: llorar.

Dígale que estará encantado de ayudarle siempre y cuando se movilice. Y si no lo hace, decida alejarse de alguien que ha tomado la decisión de ser un parásito toda la vida. No lo está abandonando, le está dando aliento para que actúe. Si decide no tomar las riendas de su vida, ser su paño de lágrimas, tampoco será una ayuda. Se gasta la misma energía quejándose que buscando soluciones. La primera opción consume y resta, y la segunda suma.
Ante el virus de pedir, el antivirus de decir no. Si usted no hace prevalecer sus necesidades y prioridades, ellos tampoco lo harán. Una cosa es ser solidario y otra muy distinta estar a disposición de todos y no estar nunca para uno mismo.

No permita que la persona vírica criticona haga juicios de otras personas que no estén presentes. Si lo hace con otros, también lo hará cuando usted no esté presente. No entre en su juego ni se identifique con esa conducta. Dígale que no le gusta hablar de personas que no están presentes. Y si se trata de rumores, dígale que no tiene la certeza de que el rumor sea cierto. Los rumores, la mayoría de las veces, son infundados, falsos o exagerados. Se propagan como el viento, y a pesar de que luego se compruebe que son falsos, el daño ya está hecho. Actúe como le gustaría que lo hicieran, con respeto, discreción y veracidad. Es más importante ser ético que evitar un conflicto con un criticón.

Y por último, no permita que nadie le falte al respeto y mucho menos le maltrate ni psicológica ni físicamente. Como personas, todos merecemos un trato digno. Hágase valer. Pida ayuda, póngase en su sitio, no consienta una segunda oportunidad a quien le ha hecho daño. El que le daña no le quiere; olvídese de justificarle por su pasado, su carácter, su educación, el alcohol o sus problemas. Nada, absolutamente nada, autoriza la falta de respeto y el maltrato físico y psicológico. Y esto es válido en el ámbito familiar, laboral y entre los amigos.

Rodéese de personas de bien, que le quieran y que se lo demuestren, que le hagan feliz, con las que salga con las pilas recargadas. Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar. Hay mucha gente dispuesta a ello. No las deje escapar. Las personas estamos para ayudarnos, somos un equipo.